jueves, 17 de diciembre de 2015

CONFESIONES AL DIARIO











Don José Gómez


Justo entrando en enero de dos mil dieciséis.
Querido diario:
La historia que aquí voy a contar ocurrió hace un par de años en el trayecto que se encuentra desde lo que perdura de unos baños romanos hasta donde se asentó Los Motillos1. Por aquel entonces, yo acostumbraba a caminar por cañadas y veredas, siempre acompañado de mi fiel Tibos, un braco alemán, cuyo pelaje corto, del color de la tierra tostada, me impresionó desde el primer día que lo adopté, cuando no era más que un cachorro abandonado. Juntos hemos pateado tantas veces los alrededores, que podríamos poner nombre a cada una de las piedras que hemos pisado.



En la actualidad, me encuentro prisionero de una silla de ruedas y mi compañero Tibos hace unos días que ya no está conmigo. Y si me pongo a escribir esta historia, es para dejar constancia que cuando el destino se ceba con alguien, por mucho que intentes desplazar la diana, la flecha siempre acabará golpeándote.



Todavía soy el mismo grandullón, de espesa melena de zanahoria y mi rostro aún conserva un eterno aire infantil; pero el verde menta de mis ojos ya no brilla como antes y por mucho que lo intento, no consigo transmitir mi habitual simpatía hacia los demás con la misma naturalidad que acostumbraba. He de conformarme con pasar largas horas mirando por el amplio ventanal del salón del cortijo de mis padres y a veces, cuando me ahoga la nostalgia, salgo al jardín que rodea la enorme y blanca mansión y clavo la mirada en la lejanía.



Todo ocurrió un domingo… Y recuerdo que cuando el día empezó a clarear y algunos aislados rayos de sol brillaban en la hebilla de mi canana, Tibos y yo ya nos encontrábamos lejos del cortijo, en medio de espesos matorrales.



Aquella mañana me levanté más temprano que de costumbre y Tibos hizo una mueca de asombro al verme con la chaqueta y el pantalón de camuflaje militar. Pero en cuanto agarré la escopeta y me la llevé al hombro, se preparó para ladrar de alegría; y con toda rapidez tuve que taparle el hocico para que no despertara a los demás. Porque Tibos se pasa el día entero nadando en la más completa vagancia, pero en cuanto se huele que va de cacería, se pone a dar saltos como un poseso sin poder contenerse. Es tan esclavo de su oficio, que nunca admitió otro adiestramiento que no estuviera relacionado con la cacería.



Me preparé mi desayuno y su comida con prisa, verifiqué que no me faltaba nada y salimos del cortijo con cautela, casi a escondidas.

Y ahí estábamos, acurrucados entre los matorrales, matando el tiempo observando cómo enormes nubes se desplazaban con parsimonia, hasta que un gorjeo nos sacó de nuestro letargo. Tibos se enderezó, corrió hacia una dirección bien definida, lo imité y poco faltó para perderle de vista. Yo corría detrás y corría y corría... mientras que el aire fresco de la mañana, envuelta con una mezcla del aroma de los olivos y tierra mojada, llenaba mis pulmones y me ayudaba a no alejarme demasiado de Tibos. Éste se paró en seco y quedó como petrificado. Luego, saltó y se metió en la maleza. Se escapó de mi campo de visión mientras que una codorniz alzó el vuelo tan bajo que apenas levantaba dos metros. Disparé una y otra vez sin acertar, tropecé con un pedrusco, perdí el equilibrio y caí sobre mi trasero. De instinto, empuñé con fuerza la escopeta para no dejarla caer y una bala salió del cañón. Se escuchó un agudo ladrido de dolor y me temí lo peor.







1 Los Motillos fue una antigua aldea de La Luisiana, actualmente desaparecida.





Don Francisco Rodríguez





Un Galgo vagabundo con un "jilillo" en el cuello caía desplomado en un trozo de vegetación frondosa, tupida. Entre el verdor de los arbustos, un árbol anuncia que le ha llegado la hora de cumplir ciclo, igual que al perro vagabundo. Es la vida; son las cosas de la vida. Tenía un orificio de bala en el cráneo.

Pasan por mi mente vientos de alabanzas, hacia ese galgo. Me rondaba por la cabeza una idea. Debe ser duro ver la muerte de su propio perro; debe ser traumático ver muerto al perro del vecino al que se le da todos los días el saludo mañanero cuando lo saca a pasear. Pero es trágico matar a un perro que pasaba por el sitio del proyectil. Se me pasaron por mi mente multitud de alabanzas hacia ese galgo.



Cerca había unas rocas propias para albergar nidos de torcaces, de palomas bravías. Veo cuatros zorrillos, curiosos que abandonan la madriguera. Pero mi mente está en ese galgo, lo quiero vivo. Se acercan machos de liebre, que suben buscando peleas con el galgo y le muerde y le marca la oreja, para demostrar que la liebre es más fuerte. Yo lo miro y lo remiro. Le doy vueltas y más vueltas. No lo entiendo; no lo veo. Me encierro en mí mismo, no sé cómo ha podido ocurrir, estoy despistado. Veo al perro vagabundo allí tendido ya no me contesta. Veo un árbol solitario. Tiene casi todas las hojas caídas; las demás, por su color, al transformarlas las luz parece como un árbol que arde. Se lo digo a Tibos. Yo busco un animal agazapado; algún pájaro escondido; un juego de las sombras; un claroscuro imposible… Me doy cuenta de la maravilla de la naturaleza pero Tibos solo me mira, tiene la suerte de tenerme a mí. Observo al galgo caído en la tierra, cierro los ojos y creo escuchar sus lamentaciones: “Me podías haber dado un hogar donde cobijarme, me podías haber proporcionado alimento y sobre todo, me podías haber dado tu amor y tu compañía; igual que a tu Tibos. Quiero que recuerdes los buenos momentos que compartiste con Tibos, que le muestres cariño, que juegues con él y si alguna vez te ha defraudado, o se portó mal, perdónale. Y, por favor, si se muere, como yo, no tires sus juguetes, ni su cama, ni sus cosas, porque en este mundo hay muchos otros perros que viven en soledad, tristes y sin cariño, te lo digo yo por experiencia. Muchos perros darían su vida por compartirla con la tuya. No, no lo digas, no digas que no quieres tener más animales, eso me hace pensar que el tiempo que estas con Tibos, no te hace feliz”. Ha muerto el galgo vagabundo.



“Todo pasa y todo queda” que escribió el poeta, y lo que viene después. De debajo de los matojos salieron corriendo cuesta arriba una Jabalina con seis o siete jabatos que estaban bebiendo en el arroyo, el atrope que formaron y pillaron pecho arriba que se las pelaban; ajenos a todo. Desentendidos. Ya se sabe. “… lo nuestro es pasar”.



Doña Sara Vergara



Me gusta soñar, siempre fui un soñador y posiblemente sea lo poco que me queda por hacer en esta vida, cuando vuelvo a mi realidad; me veo aquí… sentado… quieto, inmóvil, cambiando mi fiel amigo Tibos por mi eterna compañera, mi silla de ruedas. A la vez que me miro triste e inmóvil veo pasear por el pasillo de esta enorme casa blanca, alumbrado por la luz cegadora del sol penetrando a través de estos inmensos ventanales a Elena, mi querida esposa.

Elena siempre con su eterna sonrisa, tiene unos cabellos suaves y brillantes que deja siempre descansar hacia un lado, le encanta llevar esos vaqueros ajustados que le sientan fenomenal, aunque estas pasadas Navidades cogió unos kilillos de más, se lo noto en la figura, la sigo viendo bellísima. Ella es una mujer trabajadora, vital y alegre, aunque la tristeza en sus ojos, me hace recordar porque estoy aquí sentado.

Sé que la tengo abandonada, que me volví demasiado egoísta y malhumorado, pero lo que realmente temo es perderla, ella es aún joven y bella y yo no puedo ofrecerle nada nuevo. Eso me hace daño, me hace vulnerable, la inquietud asoma con ansias desencajando mi cara y se impone el miedo entre los dos.

Se acerca siempre con una bonita sonrisa, se para delante de mí y mientras me acaricia el pelo intentando poner cada uno en su sito con esas hermosas manos, siempre cuidadas y maquilladas, me pregunta con voz dulce y cariñosa:

-¿Qué te apetece para comer hoy cariño? -Mientras continua acariciando el pelo sigue preguntando- ¿Duelo hoy un poco menos cielo?, ¿Necesitas que te traiga alguna cosa?, ¿Te distes cuenta del día tan hermoso que hace hoy?, ¿Has llamado al veterinario para saber cómo está Tibos?



Y mientras la escucho… cierro los ojos, disfruto de sus caricias y no respondo a nada. ¡No quiero que se vaya!, quiero decirle ¡Te quiero!, pero cayo, ¡Quiero decirle que esta preciosa pero no digo nada!, quiero decirle tantas, tantas cosas… Ella, se da la vuelta y se va, puedo ver como sus ojos se llenan de lágrimas, pero sonríe, la veo como se aleja mientras el sol acaricia su preciosa figura. Sé que cada vez la distancia entre los dos se hace cada vez más grande y no hago nada.

Vuelvo a mirar por la ventana, esta vez sueño con los grandes paseos matutinos con Elena y Tibos, me encanta hablar y hablar contarle aventuras pasadas en mis mañanas de cacería con mis amigos; le cuento el frío pasado, lo necesario que era tomarse una copa de aguardiente, la suerte obtenida al hacer el sorteo o lo importante que era mantener el silencio en el puesto, las risas compartidas con mis compañeros cazadores, las de tonterías y mentiras que nos contamos para ser los mejores, el que tiene mejor equipación, escopeta y perro, el recuento de los trofeos mientras nos comemos unas deliciosas migas acompañadas de un buen vino.



Ella siempre me escuchaba con atención y entusiasmo a la vez que durante el paseo recogía todo lo que le gustaba del campo; las margaritas, su flor favorita, o piedras con formas que ella le gusta coleccionar. Disfrutaba cuando Tibos se adelantaba a nuestro paso olfateando por todos los lados, haciendo salir las liebres a nuestros pies o delante de nosotros pasaban volando a la vez del grito de Elena.



-¡Mira, mira, mira!, ¡Qué bonito!, ¡Tibos corre y corre, es el mejor perro del mundo!



Estos recuerdos también me entristecen puesto que no dejan de ser eso… ¡Recuerdos! ...



Don Manuel Ruano Batista (Jazz).


                                                                                       Dos de febrero

Word on a wing.                                                                                             
La página destinada a ese breve espacio de mi tiempo, aparece desnuda, apenas sin rastro de tinta que condicione mi vida en citas y tareas rutinarias sin sentido, asuntos que anulan esta débil existencia, alojando en mi frágil cuerpo, un palpito latente y oscuro, dejándome vacío, a la deriva... pero una inoportuna llamada de mi editor me estampó una buena dosis de tinta invisible, encontrándome sin más, atrapado en una cola infernal de autos sin fin, manejados por tipos cuyos rostros revelan que ya rendidos, perdieron todo el sentido de vivir, abocados a esa dura batalla contra sí mismos, aunque para mi, poder plegar esta prisión de cuatro ruedas y conducir este automóvil adaptado a mi cuerpo inútil signifique una dulce libertad.



Cada día que pasa me confirma el gran error que cometí al abandonar la tranquilidad de la campiña del sur, y trasladarme a esta demente ciudad del norte.



Nunca conseguí abandonar la eterna y casi nociva costumbre de conducir sintiendo como mi gran White Duke inunda mi alma y mi cabeza de sonidos y palabras, músicas que me suman en un estado casi de inconsciencia, Ziggy Stardust, Señor de las estrellas, la vida al límite en aquellas madrugadas, siempre fuiste mi balsa ante tanta locura, mi fiel salvavidas, banda sonora en momentos de dudas y pérdidas... pero sobre todo de noches en vela intentado, siempre sin éxito, conocer un poco a quién escribe.



Esta vez no estoy dispuesto a ceder ante los caprichos comerciales de ese productor, que solo busca vender el peor champú o el más repelente perfume a costa de mí sincero trabajo.





Según mi editor, parece estar interesado en adaptar mi último libro a la gran pantalla. De todas formas ya nada puede ser alterado, solo me faltaba el final de la historia...nuestra historia... Y ya está resuelto...En unos días recibirá el ejemplar original de mi diario, di orden a mi secretaria que le fuera enviado en caso de mi dilatada ausencia... A estas horas Elena, mi amor, ya habrán notado tu falta, te encontrarán plena de esa serenidad que un día te arrebaté de golpe, guillotinados los dos de un cruel e injusto golpe de roca maciza, sentenciándonos ya para siempre a vivir encadenados, pero ya pasó mi amor, no podía permitir otro día más condenada a no vivir, momento fugaz...te hallarán dulcemente dormida... Mi fiel compañero Tebos, observo tus ojos por el retrovisor y percibes que llega el final, pronto estaremos juntos los tres... Word on a wing.



Don Manuel Gómez Caro



Pequeño, no peludo de algodón como Platero, pero sí juguetón y travieso, con ojos de pillín y mirada perdida en el horizonte, es el podenco, de color canela con manchas blancas en el hocico, en el rabo y en una de las patas traseras.

Lo encontré en un caserío abandonado una mañana del mes de enero de un invierno muy lluvioso, a diferencia del actual, en la campiña del Guadalquivir

Era un cachorro al que puse un nombre poco original “titi” pero que le cuadraba con su picaresca carita.

Tenía hambre y frio y al tomarlo en mis brazos se acurrucó en mis axilas como buscando calor y cariño.

En el coche llevaba un termo con leche calentita que vertí en un recipiente y, al contacto del blanco y reparador líquido, sus ojos claros parecían brillar de alegría y cariño.

Era glotón en exceso y al terminar de engullir aquel rico y desconocido manjar, al intentar quitarle la vasija para volver a llenársela, el divino para mí, impaciente me mordió en la mano que generosa volvía a rellenarla.

Aquella mordedura me resultó tan simpática y agradable, que esta fue la que originó el nombre de Valiente con que lo bauticé.

Supuse que tendría unos meses de edad por su falta de corpulencia pero por sus gestos y ojos vivos aparentaban más edad.

Lo llevo al veterinario para preparar su identificación y adoptarlo en caso de que no apareciera su dueño.

Tras ponerle las vas vacunaciones pertinentes, el señor licenciado, me dijo que tendría tres o cuatro meses y que era de raza de cacería y posiblemente fuera hijo del malogrado Tibot.

Lo llevo a mi domicilio en espera y deseo, de que no tuviera dueño como así fue.

Yo tenía una perra galga, llamada Silvi que adopté de una clínica sevillana que en un principio se parecía al jamelgo de Rocinante, tal era su estado lastimoso y lastimero del animal. Las costillas se le señalaban todas y las calicheras* le desfiguraban su hermoso pelaje

Titi, era tal el ansia de comida que arrastraba que no dejaba que Silvi comiera nada y la Buena Madre que había encontrado era tan noble y cariñosa, que no comía mientras Titi no se satisficiera plenamente, caso que nunca se daba pues tenía más hambre que los soldados repartidos de Ecija.

Han pasado cinco años y Valiente o Titi lleva los genes de Tibos y lo está demostrando. Concretamente ayer mientras circulaba por un olivar en una mañana en la que Febo se encontraba derrotado y muerto por su rivales, las negras y sonoras nubes que al chocar con sus hermanas hacían sonar sus cañones, Valiente acompañado de Silvi salta repentinamente por delante de Nani que ocupaba el asiento de acompañante en el coche y, delante de ambos animales una liebre saltaba veloz seguida por ambos canes.

El felino cayó muerto por el miedo y Silvi coloca a mis pies su preciada presa, al tiempo que me regala una sonrisa de contenta, esperando la recompensa y observando la cara del cazador.

Cuando llega con la liebre en la boca, Nani se adelanta para recoger el triunfo y ella la esquiva colocándola a mis pies

La vida de Tibos continúa en su hijo Valiente.



Don Manuel Verdún



Disculpará usted amigo lector, estos vaivenes que a veces da lo que relato en este diario, y que por curiosidad o por azar cayó en mis manos. Pero no solo aquél accidente me postró en una silla de ruedas de por vida. También se llevó parte de mis recuerdos, y unas veces mi mente se acerca a la realidad presente, o cuando no, los mezcla con hechos acaecidos en el pasado, dando saltos en el tiempo que me impiden diferenciar cuanto de realidad o fantasía hay en lo que escribo. Por eso hay días que en vez de tomar la pluma, me paro en repasar lo que ya he escrito, y es por eso que he percatado, que hasta el momento nada he dicho de cómo, cuándo o porque, mi vida cambió para nunca más ser la que fue.

Elena que siempre tuvo ese don para predecir acontecimientos ya me lo avisó, - no cojas el coche con esta niebla, - ya iras mañana al pueblo. Pero unas gestiones, requerían mi presencia en él aquella mañana y nunca fui persona de dejar para después lo que en el día tuviese que hacer. Me consideraba un conductor experimentado, mi padre ya me enseñó a manejar vehículos cuando mis pies por más que los estirara, apenas llegaban a los pedales, hecho que a veces me obligaba a ponerme de pie sobre ellos, a la hora de pisar freno o embrague. Pero claro está, que no siempre se pueden controlar las situaciones cuando estas, no solo dependen de uno mismo.

La distancia a recorrer de la finca al pueblo no era mucha y de la carretera conocía cada curva, cada bache, peralte o cambio de rasante, pues no eran pocas las ocasiones en que la recorría más de una vez al día. Si algo le gustaba a Tibos igual que salir a cazar, era acompañarme en el coche, siempre saltaba el primero a los asientos traseros tan solo abrir la puerta, demostrando esa agilidad característica de los bracos alemanes, que en este caso y por consejo de Elena, era la del todo terreno por considerarlo más fuerte y seguro.

La niebla apenas dejaba ver unos metros por delante del parabrisas y estos se acortaban inversamente proporcionales a la velocidad del vehículo.

Tibos se movía de una ventanilla a otra intentando distinguir, casi adivinar el paisaje que discurría a nuestro alrededor. Para llegar al pueblo había que dejar la carretera nacional que partía en dos la finca, hacer un giro a la izquierda, para adentrarse en otra local estrecha y mal pavimentado, y para lo cual había que detenerse en el centro de la primera hasta poder realizar la maniobra. Fue en ese preciso momento, que ya había iniciado el giro, cuando sale de la niebla como una aparición, otro vehículo que me alcanza desviando mi trayectoria, acercándome al talud que circundaba la calzada y por el cual descendía ahora mi coche dando vueltas sobre sí mismo, con Tibos y yo dentro a merced de golpes y embestidas con cuantos salientes y formas componen el interior del habitáculo, ahora deformado e inestable. Perdí el conocimiento y cuando lo recupere, me cegaban destellos de luces ámbar y azules que me obligaban a cerrar los ojo, mucha gente a mi alrededor que me hablaban y apenas oía. Si escuché a lo lejos los ladridos de Tibos, que reconocí de inmediato, una sonrisa llego a mis labios y con ella dolor en mi rostro, en mi cabeza, en todo el cuerpo. ¿En todo el cuerpo? No, en las piernas no sentía dolor, de hecho ni tan siquiera las sentía.

De nuevo quedé dormido, y esta vez cuando volví en sí, me encontraba en la cama de un hospital. Mi primera visión fue Elena, si era ella, pero no la Elena que me había despedido con un beso un rato antes a la puerta del caserío, luego descubrí que habían pasado varios días. Su cabello antes suave y brillante y que siempre dejaba descansar hacia un lado, ahora caían flácidos sobre sus hombros, de sus ojos antes claros y luminosos, había desaparecido el brillo que siempre ilumino mi vida. La llamé por su nombre y una lágrima rodó por su mejilla, en la que también habían aparecido unas arrugas que antes no tenía.



Don Cristóbal Ruano



Mi editor quiere verme. Otra vez. Y yo sigo dándole largas. Quiere que nos reunamos con el productor cinematográfico que quiere llevar mi historia a las pantallas. Durante estos días he podido esquivarle con la excusa perfecta. Dependo de Elena para trasladarme a la capital. Ella es quien me lleva en nuestro vehículo adaptado a mi silla y en esta época del año no puedo... no debo distraerla de lo que para ella desde hace unos años ocupa un lugar casi preferente en su vida, además de atender a mis cuidados.

Es Cuaresma. Elena estos días se afana en la cofradía del Cristo de Vera Cruz. Los cultos y actos se suceden casi a diario, además de los preparativos para la salida de la hermandad. Elena se hizo fiel devota durante aquellos años de mi ausencia. Aquellos años en los que se agarraba a un clavo ardiente si hiciese falta implorando mi recuperación. Ella dice que fue su Cristo de Vera Cruz quien me devolvió a la vida. Lo cree... y si ella lo cree, así sea.

Nunca fui un creyente convencido y mucho menos practicante. Nunca entendí la ostentosidad y manera de conmemorar ciertos ritos. Pero llegue a entender a Elena. Fueron tantos días, semanas , meses y años enclaustrado a aquella cama de hospital tras mi accidente, que sin la búsqueda de la tranquilidad del alma le hubiese sido imposible.

Es por ello que ahora no es tiempo de reuniones con vampiros del hemisferio del Cinema. No voy a alterar a Elena ni el más mínimo ápice en estos días, máxime este año, que la cofradía quiere nombrarme Hermano Honorifico. Mi historia me hizo famoso y la cofradía también quiere pillar pellizco incluyendo mi nombre entre su nomina de Hermanos importantes... otro tipo de vampiros.

Elena se levanta estos días temprano con el objeto de dejarme aquellas necesidades más relevantes cubiertas antes de marcharse. Ignacio, Prioste de la cofradía desde que tenía 15 años acaparaba su tiempo. A sus 52 años era todo un maestro en lo referente a la ornamentación y preparación y Elena había sido esto años su ayudante más activa. Los cabildos y las reuniones se sucedían cada vez con más frecuencia y ya se preparaban actos posteriores a la Semana Santa que iban a ocupar su atención.... Una atención, que se desde hace un tiempo que va mas allá de cuestiones espirituales

Mis días son largos. Delante de mi ordenador escribo lo que no me atrevo a decirle. No quiero que sepa. No sé qué sería de ella si supiese que soy consciente de lo que le pasa.

Hoy entiendo muchas cosas... 



Doña Ana Isabel Gutiérrez




                                                                                                                                                 3 de Enero del 2016

Mí querido diario:

Son las 9:10. Hoy  me he despertado muy cansado, de hecho aún estoy en la cama, a pesar de la insistencia de mi cuidadora, lo único que me apetece es escribirte.
Realmente no sé por dónde empezar… solo me vienen recuerdos de mi accidente y la agonía constante de verme postrado.

Anoche no podía dormir, me hubiese gustado tomar la postura adecuada, pero… solo puedo masajear la almohada, y…nada, solo veía la silueta a la derecha de mi cama de mi fiel compañera, en la penumbra de la escasa luz exterior de  luna menguante.

Me dieron las 3:30 h, clavando mis ojos en la luna de un verde sin luz, con ambas manos presione cada lado de mi sien, acariciando mi pelo color de zanahoria. Aún resuenan en mis oídos las risas de mis compañeros del cole…¡¡Pedrooo Victoriaaaa, pelos de zanahoriaasss!!... me hicieron odiar el color de mi pelo, e incluso le pedía a mi madre que me lo tiñera de negro con el tiente de la ropa, jajajaja.

 Empecé a sentir un amago de ansiedad y tuve que echar manos del Bromazepam, respiré hondo queriendo dejar mi mente en blanco y me dormí mirando a la luna.
Me dormí…si…

Perdona, debo de dejarte, Elena mi cuidadora no deja de que me quede en la cama, aaiinnss… ¿qué voy a hacer sin Ella?...

Aquí nuevamente, son las 11:10 h, ya me ha ayudado a levántame, aquí estoy con mi fiel amiga y justo delante del ventanal del salón, viendo los olivos en plena fase de su poda. Pues bien retomando… mi mente esta noche no ha dejado de hacer de las suyas, es curioso… y te cuento:

He soñado con algo parecido a una jauría y camadas de perros, imagino que es el echar tanto de menos a Tibo, que aún herido por mi caída de culo y estampidas de cartuchos…pudo recuperarse y morir a mi lado a su avanzada edad…¡¡ cuánto te echo de menos compañero!!, así es la vida…

Es curioso que Elena era mi mujer…cuando le cuente que era  devota y en línea directa con el prioste de la trianera jajajaja… me tocara oír sus despotrique ya que no puedo salir corriendo, jaajaja.
Pero ahí no se queda la cosa diario, soy escritor de renombre e incluso mi editor quiere llevar mis obras al cine…¡¡ahí es ná!! Si, si… Diario la noche con el bromazepam ha dado para mucho, pero lo que sí ha sido muy real y casi escalofriante…es que he vivido nuevamente mi accidente, no solo ha sido esta noche, es algo que no podre olvidar.
Sigo aquí postrado con mi luz apagada. Solo me apetece escribirte.
¿ Se hará realidad mi sueños?.




FIN